Abría una revista de Avianca y ahí aparecía, el periódico del jueves y era imposible no verla, buscaba un tiquete para ir a Cali y se me asomaba haciéndome ojitos y aún así nunca me había atrevido a conocerla.

Me decía a gritos que pusiera mis pies sobre ella lo más pronto posible y yo no le había puesto la atención que se merecía.

Hasta que un día se me paró en frente y con una sonrisa en la cara me dijo: Cata, no podemos aplazar más este momento, necesitamos conocernos ¡ya!.

Aruba y yo nos pusimos la tan aplazada cita. Quedamos de vernos una tarde de jueves en el aeropuerto Reina Beatrix y el resto es historia. Fue amor a primera vista.

La conocí como invitada a hacer parte de la experiencia Eat Local Aruba, un evento que dura todo el mes de octubre en el que la isla saca sus mejores copas, manteles y manjares para ofrecerle a locales y turistas una propuesta gastronómica de alto nivel a un precio muy competitivo.

Aunque en principio puede sonar que solo iba a comer (cosa que no me molestaba para nada), la realidad es que esta aventura fue mucho más allá.

Además de conocer la hospitalidad del Reinassance, el maravilloso hotel que nos hospedó a mi y a las otras 5 bloggeras, periodistas y restauranteras que me acompañaron durante el viaje, las zonas más importantes de la isla y sus tradicionales sitios de interés, tuve el privilegio de vivir lo que conoce como: “turismo de inmersión”.

¿Esto qué significa? Que pude descubrir y muy de cerca cómo es la cotidianidad de los arubianos en sus casas, sus cocinas, su día a día.

Jasmine, nuestra gran anfitriona, preparó dos eventos familiares que quedarán para siempre en mi memoria.

El primero de ellos, un BBQ tradicional. Ahí pudimos compartir en la casa de una de sus tías una comida hecha con amor y mucho sabor en un ambiente relajado, alegre, único.

El segundo, un almuerzo típico en la casa de su abuela Carmen María. Ahí me armé de un cuchillo y con la ayuda de mis compañeras ayudé a picar, pelar, partir y preparar todo lo necesario para el exquisito estofado de carne con polenta y batata que generosamente nos ofrecieron. Mi estómago quedó feliz pero mi corazón más.

Mientras probábamos cada bocado muchas sonrisas salían de nuestra boca, conversaciones trascendentales con los familiares de Jasmine que dejaban en evidencia el espíritu amoroso y generoso de los isleños.

La comida de casa está llena de sabor, producto de la mezcla de los productos caribeños y una marcada influencia holandesa en el uso de condimentos como el Picadilly, una especie de picadillo en mostaza o pimientos como el Madame Jeanette que se utiliza para preparar un delicioso escabeche de cerdo que ellos llaman Sulls.

En los restaurantes los sabores varían. Es fácil encontrar platos típicos como el Keshi yena: pollo desmechado mezclado con guiso, aceitunas y uvas pasas cubierto con una generosa de queso Gouda, el aporte holandés a la preparación, así como platos con una marcada influencia francesa como los suculentos escargots Escoffier del restaurante Ventanas del mar.

Con un escenario así vale la pena darle la oportunidad a este destino. Es fascinante todo lo que hay por descubrir:

caminar por el Parque Nacional Arikok, la reserva natural de la isla en medio de un imponente paisaje inundado de cactus y plantas medicinales,

visitar las pinturas ancestrales en la cueva Fontein,

disfrutar de la candente vida nocturna en El Village,

 

recorrer las coloridas calles del distrito de Saint Nicolas

o comer en un restaurante donde en lugar de mesas hay camas.

Esto es Aruba. Un lugar que va más allá de ese mar azul turquesa, de sus famosos flamingos, de la alegría desbordante de sus habitantes. The one happy island es todo un universo de sabores que se disfrutan en la boca, en la piel y en el alma.